El Ministerio de Sanidad ha publicado un reciente estudio donde se recoge que el consumo de tranquilizantes ha subido considerablemente en toda la población. Estos datos son especialmente alarmantes entre la población joven, de 14 a 34 años, que en 2005 consumía este psicofármaco un 5,7% y en el 2015 lo hacen un 12,3% de nuestros jóvenes. Casi se ha duplicado. ¿Qué está pasando en nuestra sociedad? ¿Qué les está pasando a nuestros y nuestras jóvenes?¿Saben gestionar sus emociones?
En la terapia de EMDR manejamos un concepto que se denomina «intolerancia a los afectos negativos». Vivimos en una sociedad donde no estamos preparados para el dolor, para manejar nuestras emociones negativas, buscamos respuesta inmediata a cualquier malestar. Y creemos que parte de esa respuesta es la medicación. Medicar, anular, ocultar, esconder el dolor. Esto no es la respuesta, solo forma parte del problema.
En una sociedad donde nos venden una cultura de la felicidad, donde las redes sociales y los medios de comunicación nos inundan con jóvenes bellos, felices, exitosos, PERFECTOS, nuestros jóvenes no pueden permitirse sentirse mal, estar tristes, sentirse angustiados, perdidos, desbordados. La sociedad no les está dando derecho a sentir malestar y dolor, tienen que trasladar la imagen apropiada para sentir que forman parte de algo, vacío, inconsistente, pero forman parte.
Al mismo tiempo que la sociedad les exige, no les da posibilidades. Les niega ser personas válidas, productivas, capaces. Los jóvenes tienen el mandato de hacer mejores a sus antecesores. Continuamente se les dice, en casa, en los medios de comunicación, que son la generación mejor preparada, con los mejores recursos, con las mayores posibilidades formativas, pero luego se les niega la participación en aquello para lo que se les ha preparado.
Este es el caldo de cultivo para que nuestros jóvenes, sobreprotegidos desde casa y con la publicidad de un mundo de oportunidades a su alcance, sientan la mayor frustración cuando se enfrentan a la realidad. Una realidad para la que no han sido preparados, no se les ha preparado para el dolor, para el fracaso, para el malestar, para saltar la piedras en el camino… se les ha allanado el camino hasta que este se les ha terminado, justo delante de sus pies, cuando tenían todo a su alcance. Y después el dolor, que no reconozco y no se que hacer con él. No solo hablamos de consumo de ansiolíticos sino que «este dolor que siento, que no se gestionar y que no me puedo permitirme sentir», les lleva a desarrollar otro tipo de conductas de evasión o desconexión con la realidad y lo que siento: Trastorno de Alimentación, Conductas Adictivas, etc. Son la cara de la misma moneda.
Desde las familias y desde los centros educativos es de vital importancia la educación emocional. Tenemos niños y niñas que son expertos en informática, en el manejo de móviles de última generación, …, pero que desconocen sus emociones y lo que es peor, les aterran. Con el apoyo de los medios de comunicación tenemos que ayudarles a conocerse, que aprendan a quererse como son, con sus cualidades y debilidades, debemos desterrar las imágenes y estereotipos de seres perfectos. Solo así estaremos en disposición de que nuestros y nuestras jóvenes crezcan desde la salud mental, libres y sin miedos. No olvidemos que una persona sin miedo a si misma ni miedo a los demás, que tolera sus emociones y reconoce la de los otros, es una persona integrada, pacífica y respetuosa. Esto quiere decir que ayudando a nuestros y nuestras jóvenes a conocerse y cuidarse estamos contribuyendo a erradicar procesos como la violencia de género, el bullying, el mobbing y en general cualquier tipo de agresión a otro ser humano por ser distinto a nosotros.