La depresión en la infancia ha sido cuestionada durante muchos años. Los adultos no podían o necesitaban pensar que en la etapa infantil no cabían sentimientos de tristeza, abatimiento, preocupaciones o culpa. Pensaban que esta emociones se daban a partir de la adolescencia y que los niños y niñas eran siempre felices y estaban ajenos al mundo y al sufrimiento. Incluso desde la psicología se ha pensado, siendo en épocas recientes cuando las investigaciones y, sobre todo, la experiencia en consultas de psicología, han cuestionado esta concepción de la infancia, periodo siempre feliz y exento de malestares. Seguramente el ámbito clínico e investigativo de la psicología necesitaba, tanto como el resto de adultos, seguir pensando en una infancia idealizada, lejos de problemas y tristezas, pero nada más lejos de la realidad., a veces, los niñas y niños sufren, y mucho. La teoría de la depresión enmascarada se formuló en el año 1972 y supuso un avance en el reconocimiento de la depresión infantil. La observación de un estado de ánimo irritable o disfórico en numerosos problemas propios de la infancia y de la adolescencia, como dificultades en el aprendizaje escolar, hiperactividad, conducta antisocial, ansiedad de separación, anorexia nerviosa, rechazo escolar, etc…, llevaron a hipotetizar que la depresión era un trastorno latente que se manifestaba de diferentes formas. Actualmente la psicología sostiene que la depresión infantil y adulta son semejantes, a pesar de que la edad modula las características y las repercusiones negativas del trastorno. Respecto a su prevalencia, en nuestro país se situaría alrededor del 2 al 3% de la población en niños de 9-10 años, aumentando este porcentaje con la edad para situarse entorno a valores superiores al 8% en adolescentes. De todas formas estos datos pueden ser superiores si se contemplan también diagnósticos leves o transitorios de depresión. A continuación se indican algunos del os síntomas que acompañan a los estados depresivos en la infancia:
Expresiones o muestras de tristeza, soledad, desdicha, indefensión.
Cambios en el estado de ánimo, malhumor.
Irritabilidad, se enfada fácilmente.
Hipersensibilidad, llora fácilmente.
Negativismo, resulta difícil de complacer.
Sentimientos de inutilidad, incapacidad, fealdad, culpabilidad (concepto negativo de uno mismo).
Ideas de persecución.
Deseos de muerte.
Deseo de huir, de escaparse de casa.
En casos extremos incluso tentativas de suicidio.
Otros síntomas que también acompañan al estado depresivo son dificultades en las relaciones interpersonales, facilidad para riñas o discusiones, poco respeto a las figuras de autoridad, alteraciones de sueño, dificultad para despertar por la mañana, cambios en el rendimiento escolar, menos participación en actividades en el colegio y con el grupo de iguales y quejas somáticas.
Las causas de la depresión infantil, al igual que la depresión en adultos, son variadas y aún no están perfiladas. No obstante se piensa que en muchos casos pueden tener unos componentes biológicos y genéticos, aunque los estudios no son concluyentes. Pero lo que si es bastante probable que en la base de la depresión nos encontremos con factores que hacen referencia al entorno familiar o algún acontecimiento estresante en la vida del niño. En lo que se refiere al entorno familiar, estudios realizados al efecto han demostrado diversas características interactivas familiares peculiares entre los que destaca: baja implicación paterna y alta sobreprotección materna, más conflictos familiares, más problemas de comunicación, más irritabilidad, más abuso y negligencia. En el caso de padres depresivos, la transmisión de la depresión no tiene que ver tanto con factores genéticos sino como modelado y aprendizaje.
Respecto a los factores que pueden causar estrés a los y las menores, las separaciones, divorcios, problemas en la pareja, pérdida de un ser querido, especialmente en caso de ser sobrevenida, la enfermedad, el cambio de residencia, etc pueden ser factores precipitantes de síntomas depresivos.
Respecto al tratamiento de la depresión, como en la de los adultos, una de las vías de intervención puede ser la farmacológica. Actualmente existe un debate abierto sobre la conveniencia y/o efectividad de esta medicación entre los diferentes profesionales de la medicina y psiquiatría. La American Psychiatric Association (APA) y la American Academy of Child and Adolescent Psychiatry (AACAP) advierte de que no está comprobado el beneficio de los mismo. La psicoterapia debe ser la primera opción y, por supuesto, la intervención inmediata mejora los resultados. Con frecuencia y con la actualización de las terapias de tercera generación, EMDR, terapias corporales, terapia de juego, etc, niños muy pequeños se pueden beneficiar de la psicoterapia.
Desde la terapia EMDR, al ser un método intuitivo y con un protocolo específico para población infantil y adolescente, las intervenciones que se realizan son altamente eficientes y poco intrusivas, generando beneficio en los menores desde las primeras sesiones de tratamiento. Con frecuencia suele ser necesario la evaluación y tratamiento el entorno familiar, mejorando aspectos como los vínculos de apego entre los menores y los progenitores.