Desde hace varios años por estas fechas oímos de manera recurrente hablar sobre depresión postvacacional o también sobre síndrome postvacacional, con más frecuencia utilizamos la primera acepción. Sin duda alguna es un invento de los tiempos modernos en que necesitamos catalogar, diagnosticar o denominar eventos cotidianos y que forman parte de nuestra adaptación biológica a los diferentes momentos vitales que experimentamos. En estos días podemos leer encuestas que hablan de que el 60% de los españoles y españolas sufren este síndrome. ¡ Dios mío¡ ¡Estamos todos enfermos, vamos a morir¡.
Como psicóloga que está en contacto permanente con el dolor y el sufrimiento, leer sobre este síndrome y oír anualmente noticias que previenen y aconsejan sobre como superarlo, me provoca enojo e indignación. La denominación misma de síndrome le ofrece una categoría diagnóstica y médica que no tiene. Así mismo, la utilización de la denominación de depresión equipara esta situación ordinaria y común con una enfermedad que nada tiene que ver con el malestar físico y emocional que podemos sentir al incorporarnos de nuevo al trabajo.
Últimamente, aquellas miles de personas que no tienen donde incorporarse no deben sentirse muy identificadas con esta situación y, como poco, no deben entender al resto de sus convecinos que disfrutan de un trabajo y han disfrutado de un periodo de descanso, seguramente merecido, pero al que los otros no han tenido acceso. Y entonces, ¡que suerte¡, están inmunizados de este síndrome.
Vivimos una realidad diaria cargada de responsabilidades y obligaciones. Con frecuencia parcelamos nuestra vida y durante los periodos “no estivales” nos negamos cualquier tipo de descanso o gratificación empeñados en cumplir horarios, objetivos y metas a rajatabla. Durante un periodo de 11 meses no nos concedemos tregua, luchamos contra nosotros mismos y contra nuestra necesidad de disfrutar el día a día, de tratarnos de manera amorosa, de cuidarnos y cuidar a los nuestros ….Estas actividades, que es lo que percibimos como bienestar o felicidad, las hemos acotado a un periodo de tiempo determinado. Durante un mes, o incluso menos, ya que actualmente nuestras vacaciones se van reduciendo progresivamente, tenemos que disfrutar como si no hubiera un mañana.
Cada minuto que hemos dejado de vivir y compartir con los demás durante el resto de año lo debemos vivir con una intensidad máxima. Cambiamos nuestras rutinas 180º, y el tiempo que dedicábamos a tareas personales y profesionales con dedicación extrema, lo dedicamos ahora a tareas de disfrute con la misma dedicación extrema. Leemos todos los libros que hemos dejado de leer, vamos a todos los conciertos, fiestas y saraos que son obligatorios, viajamos a todos los lugares que no nos podemos perder, compartimos con todos, familia, amigos, más familia, más amigos, ….
Mi recomendación para superar el síndrome profesional … pues leed todas los artículos que os vais a encontrar en estos días y poner en práctica cada una de sus recomendaciones. O, creo que mejor, intentar vivir cada día de vuestra vida como si estuvieseis en vacaciones, disfrutando de manera consciente y plena de cada cosa que hagáis y compartáis con los demás, establececiendo objetivos que de verdad valen la pena.